Hace 22 años De la Hoya volvió a superar por nocaut al ídolo de los mexicanos Julio César Chávez

Por Simón Piña.

Aunque la afición quedó insatisfecha con el resultado y algunos detalles de la primera pelea entre los ídolos latinos Oscar De La Hoya y Julio César Chávez, aquel  viernes 7 de junio de 1996 en el Caesar´s Palace de Las Vegas, esta revancha llega en un momento poco favorable para el peleador mexicano. Aun así, la presencia de este par de monstruos en un cuadrilátero era suficiente para movilizar masivamente tanto a la afición como a las industrias que giran alrededor del mundo del boxeo. Era el 18 de septiembre de 1998.

                  De La Hoya en su Prime

              Era la quinta defensa del título Welter en la versión del Consejo Mundial de Boxeo, que Oscar había conquistado derrotando por decisión unánime al difícil zurdo Pernell Whitaker el 12 de abril de 1997 en el Thomas & Mack Center de Las Vegas. El ex campeón olímpico de Barcelona 92, andaba por los 25 años y estaba en la cúspide de su carrera. En su reinado como Welter había derrotado a retadores de la talla del invicto Oba Carr, el campeón mundial Ike Quartey, el escurridizo boricua Héctor Camacho. El Welter era el cuarto peso en el que reinaba como monarca universal. Antes, se coronó en Super Pluma, Ligero y Super Ligero. Precisamente este título Super Ligero lo obtuvo hacía un par de años a expensas de Chávez, su rival de esta ocasión.

                           Julio César; Mucha historia

Chávez, por su parte, intentaba su cuarta corona mundial ante un rival 11 años más joven quien ya lo había vencido dos años antes y que estaba mucho mejor adaptado a la división de las 147 libras. El gran Julio ejerció un largo reinado en los Super Ligeros. El 13 de junio del 89, destronó a Roger Mayweather en el Forum de Inglewood y desde entonces efectuó 18 defensas de ese título con una interrupción de 4 meses cuando fue derrotado por Frankie Randall en enero del 89 y en mayo del mismo año recuperó la corona en una pelea muy cerrada en la cual el referee Mills Lane le descontó dos puntos a Randall.

                      Otro trago amargo que pasó Julio fue el 10 de septiembre del 93 cuando fue prácticamente ridiculizado por el muy hábil Pernell Whitaker en el Alamodome de San Antonio, Texas. Esa vez, Julio fracasó por primera vez en alcanzar la corona Welter del CMB. Pese a que los jueces votaron Empate, todos –hasta los más acérrimos seguidores de Julio-, coinciden en que esa pelea la perdió y los jueces lo protegieron. Julio volvió por un tiempo más a su división Super Ligero en la cual seguía derrotando retadores, pero se advertían en su accionar ciertos detalles que presagiaban la presencia de la temida decadencia. Además, la conducta del Campeón mexicano distaba de ser la de un atleta concentrado en su profesión. Las farras y las drogas estaban mermando aquellas fortalezas de los tiempos de esplendor.

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                               Frente a frente otra vez

                      La expectativa era grande e intensa. El público estaba con su ídolo. De La Hoya tenía sangre mexicana, pero el verdadero azteca era Julio César. Sin embargo, en un rincón del gran corazón mexicano había un detalle amargo, una tristeza, como un mal presagio. Julio ya no era el mismo; y ahora en Welter la tenía más difícil ante su verdugo de hace dos años. Al sonar la campana, todavía, se oían gritos de apoyo para Chávez. El gran héroe siempre sacaba la casta. Aquello fue una mala noche. Ahora si veríamos al verdadero Chávez. El milagroso, el invencible.

                      Desde el comienzo de la pelea se vio a un Julio empeñoso y valiente que buscaba jugársela de cabo a rabo con el fin de lograr su objetivo. No obstante Oscar lucía seguro y bien plantado. Fuerte y concentrado. Esta fue la tónica de la pelea, el tiempo que duró. Chávez arriesgando en pos de una ventaja y De La Hoya tomando su distancia y atizando con potencia cuando veía la situación favorable. El público animaba, pero detectaba que las cosas no estaban favorables al ídolo Julio César.

                      El esfuerzo estaba agotando a Julio que había recibido más de lo que había dado. Mientras tanto Oscar lucía entero y con un estado de alerta superlativo. Pese a que atacaba con ahínco, Julio carecía de la potencia, velocidad y puntería de antaño. Era sólo corazón y con 36 años a cuestas, un muchacho de 25 abriles apenas, fuerte y en su mejor momento, estaba luciendo demasiado para el gran campeón que ya parecía caminar con el sol en la espalda. Los intercambios de golpes arreciaron en algunos lances. Chávez lo intentaba, sin embargo, no siempre le iba bien.

                     Ya comenzaba la segunda mitad de la pelea y el panorama de Julio César se veía cada vez más oscuro. Su valor lo llevaba a tocar las puertas del infierno. Oscar también se la jugaba. Se sabía más fuerte, se sentía ganador. Julio buscaba el milagro y hacía sus últimos esfuerzos. En el 7mo round, Julio echó el resto. Matar o morir. Fue un round de intercambio intenso que resultó “El canto del cisne” para el heroico Julio César. Llegó a la esquina agotado, golpeado y sangrando por la boca.

                             Suficiente

                  Sus asistentes decidieron dejarlo en la esquina. No había caso. Oscar estaba en su noche y resultó superior. Nunca se sabrá que hubiera pasado en un hipotético combate entre el mejor Julio y el mejor De La Hoya. Esa situación es objeto de muchas polémicas. A algunos les gusta recordar unas palabras de Oscar en las que dijo que el Julio de sus mejores tiempos, lo hubiera derrotado. Esas palabras no fueron en realidad del Oscar Campeón, del De La Hoya boxeador; fueron del Oscar promotor que sabe que hay que ganarse a la numerosa y entusiasta afición mexicana porque si no estás perdido como promotor.

                       La afición mexicana es la que manda en el boxeo de este lado del mundo. Así que es difícil saber qué hubiera pasado. Sobre todo a muchos nos da miedo descubrir que, a lo mejor, en esa hipotética pelea, no era imposible que hubiera ocurrido lo mismo que en las otras dos. La historia deja las cosas así. Lo demás queda a cargo de nuestra apreciación. Son dos grandes que dejaron una huella en la historia del boxeo.