Por Luca Palmas
Ricardo Lorio tenía razón: la mayor revolución es formar una familia. Y Fernando Martínez, el Puma, criado en un conventillo de La Boca, padre y boxeador campeón mundial, lo consiguió. La esposa, el promotor Marcos Maidana y el entrenador Rodrigo Calabrese son sus cuidadores en los pastizales yankees, árabes o conurbanos. Martínez tendrá la pelea más importante de la carrera el sábado 22 en
Riad por el cinturón unificado de los supermoscas. La sede y el rival no parecen casuales: enfrentará en la embajada de la ostentación a Jesse “Bam” Rodríguez, un texano que reniega de sus orígenes mexicanos, un hermano del escalafón social. Desde el ring, el argentino acechará a cantantes, apostadores y deportistas rehenes de la billetera saudí: todas focas aplaudidoras de una nueva fiesta del despilfarro.
El mote de boxeador reventado, bien plasmado por Robert De Niro cuando encarnizó a Jake LaMotta en la película Toro Salvaje de Martin Scorsese, desapareció con el correr de los años. Los púgiles que visitan casinos, contratan a prostitutas famosas y compran acciones de clubes de fútbol ahora pasan
desapercibidos. El disruptivo en esta época es quien se encuentra alejado del negocio, de los aburridos mítines entre entidades boxísticas mundiales, de las propagandas y de los contratos multimillonarios por hacer un amague de piña en una conferencia de prensa.
El éxito en el boxeo es efímero. Como dijo el personaje de Joe Pesci en el film Casino: “esa fue la última vez que tipos de la calle como nosotros llegamos a tener algo tan valioso”. El “Chino” Maidana, en su época arriba del ring, después de la revancha ante Floyd Mayweather, lo entendió: la entrada a los exclusivos copetines es gratis y la salida, inmediata apenas la rodilla toque la lona. Martínez y Calabrese, amigos desde pibes, llegaron a la misma conclusión. Su meta es dejar una huella para el país en un deporte cada vez más salpicado y, como si fuera el programa Escape Perfecto, quedarse con un poco de dinero para compartir con los seres queridos.

En mayo de 2014, el Grand Garden de Las Vegas, centro del boxeo mundial, recibió la visita de un santafesino intratable que derribó todas las barreras comerciales y publicitarias. Maidana era insolente: llevaba tatuajes por todo el cuerpo, estaba acompañado por una numerosa y ruidosa familia con banderas en las manos y se disponía a comer un humilde Guaymallén ante millones de televidentes en una cartelera pay per view. En simultáneo, el mismo año, Martínez merodeaba las
heladas estepas rusas durante las Series Mundiales amateurs.
Tras haberse devorado el alfajor de dulce de leche, Maidana salió del baile en pleno carnaval carioca. Desembolsó la plata y, salvo para alentar a sus representados con la promotora que creó, nunca más pisó un ring. En 2025, más de una década después, esta vez con cadenas de oro, lentes de sol, pilcha estilo Tony Montana y un trago en la mano derecha, regresó al Casino de Las Vegas con Calabrese. La
dupla realizó el campamento en Nevada junto a Martínez, previo a la visita al patio de los jeques, para “sentirse iluminados”. El entrenador describió a la apodada Ciudad del Pecado en redes sociales: “un lugar donde todo brilla”.
Martínez busca ser un ídolo impoluto, centrado, trascendente; algo inusual en la historia del boxeo, lleno de adictos, golpeadores de mujeres y hasta asesinos. “La gloria no se compara con nada: es como cuando a Messi le preguntaron si prefería el Mundial o los millones que tiene, y pidió la Copa del Mundo -confesó el Puma-. La gloria es todo. Si gano esta pelea, no se va a olvidar nunca en la vida. En 20 años me voy a morir y voy a quedar en la historia”. A su vez, el suyo es un mensaje político: yo salí de un conventillo, nadie me dio nada, toda la ayuda fue de mis amigos, familiares y maestros.

El combate ante Rodríguez, el más ambicioso del boxeo argentino en la última década, ya es un triunfo para Martínez: a los 34 años armó una familia, es papá y se encuentra cercano a causas comunitarias como los bomberos voluntarios de La Boca. Cuando suba al cuadrilátero del Kingdom Arena, ante las miles de furtivas cámaras, el Puma ya habrá ganado. La jaula se la abrirán entre su esposa, Rodrigo y el Chino.
La sensación era de contemplar un pedazo de historia. Abajo del ring había padres con hijos, estudiantes recién salidos del secundario, barrabravas xeneizes, empleados del shopping, personas que viven en la calle y oficinistas. Arriba, Maidana, acodado en una esquina, observaba a Martínez tirándole piñas a Calabrese en la práctica. Pero después de unas horas en las que respondió
preguntas a la prensa, se sacó fotos con los fanáticos y regaló guantes, remeras y bolsos, Maidana se escapó. La fiesta no era suya: él ya es ídolo, ahora hay que dejar que brille otro. El sábado 22 será el banquete del Puma. Plata y miedo nunca tuvo. Sí, hambre de gloria. La gente, parte de su familia, ya le dio apoyo aquella tarde en el Abasto.
Luca de Palmas



