Pacquiao vs Bradley II

Por Jesús de Gregorio Enlund 09 de junio de 2012. Manny Pacquiao ponía en liza su cetro WBO wélter contra el invicto peleador estadounidense, Timothy Bradley. Luego de un combate más equilibrado de lo esperado, el globo boxístico se veía golpeado por una decisión tan injusta como incomprensible: los jueces, por decisión dividida, otorgaban la victoria a Timothy Bradley, convirtiéndolo en campeón y sumando, en consecuencia, la primera derrota en el palmarés del filipino en más de siete años. Manny no deslumbró, pero jamás debió caer derrotado aquel día, antesala de su fatídico cuarto enfrentamiento con el campeonísimo Juan Manuel Márquez, de resultado por todos conocido. Pertrechado por este axioma, Pacquiao necesitaba demostrar al mundo que todavía estaba preparado para brillar en la escena mundial, que su victoria contra Brandon Ríos el pasado mes de noviembre no había sido un espejismo. Que estaba de vuelta. Y anoche, quizás sin lustre y sin los excesos de antaño, el filipino demostró ante Bradley cual es el lugar al que pertenece cada uno. Luego de unos intensos doce rounds, Pacquiao obtenía su tan ansiada revancha por decisión unánime: 116-112, 118-110, 116-112, recuperando el cetro WBO perdido años atrás y rompiendo el invicto del récord de Bradley, ahora: 31(12)-1-0. La leyenda prevaleció ante el notable campeón, como siempre debió haber sido. Pacquiao por fin obtuvo su redención. Timothy Bradley es un extraordinario boxeador, eso no lo puedo poner en duda. Tanto sus características boxisticas, como su guión de combate, no lo erigen como el peleador más atractivo para el público, pero tanto su nivel técnico como defensivo son de alto nivel. Es un maestro de la presdigistación pugilística, en el arte de hacer ver que golpea sin hacerlo, y en sacar manos inofensivas, que sin embargo, obran que obtenga rounds para su bolsillo con suma facilidad. Detesto su estilo, pero lo respeto como campeón, y si algo ha logrado en sus dos enfrentamientos con Pacquiao, es que no hayamos visto en ninguna de las dos pendencias a la mejor versión del que hasta hace poco era el púgil de mayor intensidad ofensiva del panorama mundial. Porque sí, Manny ganó, pero desde mi prisma, no logró impresionar, en parte por lo intrincado del rival, en parte porque es imposible no columbrar que esa chispa que lo convirtió en leyenda, ahora parece esquiva, sin fuerza, intermitente. Hasta la segunda mitad del combat, en la pendencia imperó la igualdad. Bradley, comenzó con convicción, controlando con el jab y buscando con mayor ambición que en ocasiones precedentes la testa de su rival. Por su parte, el filipino, parecía esperar, aguardar su momento, y exceptuando algún arranque furioso, no se lanzó a degüello ante el ágil campeón. La caída de los rounds sumó confianza al debe de Bradley, que por medio de su derecha lograba poner en peligro al filipino, incapaz de superar la sublime defensa cimentada en cabeceo y balanceo exhibida por su contrincante. En la mayor parte de los rounds, eran más las manos de Pacquiao, pero Bradley posee esa inapreciable capacidad de sembrar la duda, igualar cada segmento, dificultando la puntuación y la visión de los jueces. Mediado el combate, la escalada de ambición del campeón prosiguió hasta el que fue, con toda probabilidad, el punto que lo llevó a la derrota: abandonó los desplazamientos y empezó a quedarse estático, balanceando el tronco para inducir al error al filipino y conectar una derecha que lo llevaría a la gloria, disiparía todas las críticas de la primera pelea y lo convertirían en contendiente real al trono del libra por libra. Considero, que pese a no ir ganando, Bradley llegó a creer en aquellos momentos que tenía controlada la pelea y que podía noquear al filipino. Fue entonces cuando selló su sentencia. Pacquiao creció hasta el decisivo noveno round, donde su terrible mano izquierda hizo temblar, una, dos, hasta tres veces a un Bradley que de manera inverosímil, logró mantener la verticalidad, pero que parecía más fuera que dentro del cuadrilátero. El campeón no cayó y aguantó hasta el final, pero no fue suficiente. Manny controló y satisfizo al fin su venganza. No puedo evitar padecer una serie de sensaciones bien definidas después de esta pendencia. Creo que Bradley, de haber continuado desplazándose, habría podido ajustar mucho más el combate, de hecho, él mismo afirmó en la entrevista posterior que había sufrido una lesión en la pierna. Quién sabe, no me gusta dudar de las palabras de un boxeador, si se debió a una cuestión física, creo que a Manny le hubiese costado mucho más situarse por delante en las tarjetas de no haber acaecido tan eventualidad, ahora bien, las lesiones forman parte del juego, y si Timothy sufrió un problema en su pierna, quizás se debió a la necesidad de no permitir en ningún momento que Pacquiao pudiera conectarle fuera de balance. Por otro lado, la leyenda filipina, sin hacer un mal combate, me dejó algo frío. En otro momento, Bradley nunca habría pasado de ese noveno round, sin embargo salvo en explosiones aisladas, no pudimos ver a ese filipino avasallador que arrasaba a sus rivales sin réplica posible. Esto me ocurre desde su decepcionante pelea con el ya retirado Shane Mosley en 2011, desde entonces, Manny ha ido en un claro descenso progresivo, como si hubiera perdido esa sexta marcha que lo difería del resto. Pacquiao ganó a un gran boxeador, pero no impresionó, o al menos, a mi no me impresionó. De nuevo, después de la pelea, perdió una impagable oportunidad de lanzar ese reto público a Mayweather que todos estamos esperando, sin embargo, creo que anoche vi más claro que nunca que quizás esa pelea ya tenga poco sentido. El elemento que me hacía creer que Pacquiao podría derrotar al rey del libra por libra era su chispa, su electricidad, por lo que si la ha perdido, pensar en ganar a Mayweather, es poco más que una quimera. Sin más que añadir, un saludo a todos. Os espero en próximas notas.

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