Por Ariel Lomasto
Jack London fue uno de los escritores norteamericanos más leídos de su época y, además, uno de los que más vendió. El éxito literario equilibró una juventud plagada de aventuras que en algún caso hasta comprometieron su propia vida. Fue marinero, soldado, buscador de oro, vagabundo, estudiante universitario y amante del boxeo. Así surgieron Por Un Bistec y El Mejicano, un par de relatos, de los mejores que existen, que relacionan sus dos pasiones: la literatura y el pugilismo.
Pese a su temprana muerte (falleció en 1916 a los 40 años de edad) London dejó un legado literario prolífero y característico que muy pocos pudieron igualar. Las aventuras son la base de su obra y en ambos cuentos de boxeo se refleja esta situación.
Por Un Bistec es la excelencia en lo que se refiere a la decadencia de un boxeador que pese a los años no se da por vencido y tal vez contra su propia integridad física decide seguir en actividad. A esto el autor le suma el condimento de la alimentación en el deporte que sirve, hasta en forma irónica, para que Tom King (el viejo púgil) encuentre una excusa para su derrota. Un relato sin igual digno de su propia vida tan variada.
El Mejicano es uno de esos cuentos que no pueden abandonarse una vez iniciada la lectura. Es tan ágil, tan claro, tan entretenido, que el lector debe esforzarse para no adelantar las páginas en forma compulsiva espiando el final. Las imágenes del púgil durante el combate, la representación casi mágica en la cual se transforman los espectadores, incluso el propio rival, son únicos en la literatura boxística. El impulso extra que le aporta un objetivo claro constituye el valor agregado para aspirar al triunfo. Y no es poca cosa, tal vez sea la sensación común a todo boxeador. Un aspecto extra deportivo que guía la carrera (llámese dinero, fama, reconocimiento o popularidad) es la base del esfuerzo físico pero en el caso de Felipe Rivera (el protagonista, el mejicano) el impulso es la libertad de un pueblo oprimido.
Por Un Bistec y El Mejicano constituyen verdaderas obras de arte de la literatura de principios del siglo XX y su lectura se transforma, casi tan misteriosamente como la muerte del autor, en un hecho obligatorio.
Para finalizar Jack London escribió: “Bill era el campeón de los pesos pesados de la armada norteamericana. Era un verdadero bruto, un gorila, un tipo duro de los que pegan con intención de hacer daño, y que además, manejaba con destreza los puños. Un día que buscaba carroña hubo de dar dos puntapiés y un puñetazo a Otoo antes que éste considerase que no había más remedio que luchar. La contienda duró cuatro minutos escasos. Al final de ella, Bill era el desdichado propietario de cuatro costillas rotas, un antebrazo fracturado y una paletilla dislocada. Otoo no sabía una palabra de boxeo científico, pero sí cómo debía atacar a su adversario…” Ni de un relato ni del otro, es un fragmento poco conocido de El Pagano, otra aventura más de Jack London.
Ariel Lomasto
1 comentario
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