El campeón mundial gallo de la AMB, el estadounidense Antonio Vargas y el japonés Daigo Higa empataron por lo que Vargas retuvo su título en una guerra disputada en Yokohama, Japón.
La pelea fue una guerra sin tregua. Durante la primera mitad, parecía que el cinturón cambiaría de manos. En el quinto asalto, un gancho de izquierda de Higa, cargado con la esperanza de toda una nación, envió a Vargas a la lona. El campeón se levantó, pero las tarjetas de los jueces a mitad de camino contaban una historia sombría: estaba abajo y perdiendo claramente. El ímpetu estaba con el retador japonés, quien presionaba sin piedad, alimentado por el rugido de su gente.
Pero un campeón se forja en la adversidad. Levantarse del lienzo no fue solo un acto físico para Vargas, fue una transformación. El estadounidense, herido en su orgullo, se convirtió en el depredador. Dejó de boxear y comenzó a pelear, planteando una guerra. Asalto tras asalto, comenzó a remontar, ajustando su estrategia y desgastando a un Higa que empezaba a sentir el ritmo frenético del combate y a mostrarse cansado.
Todo se decidió en el último round. Con la pelea pendiendo de un hilo, Vargas encontró la mano que cambiaría el destino. Un derechazo corto y preciso estalló en la mandíbula de Higa, quien se desplomó en la lona. Esa caída, en los momentos finales de una batalla agotadora, fue el acto de supervivencia que niveló las puntuaciones y le permitió al campeón escapar de territorio enemigo con su corona intacta.
El veredicto de los tres jueces acabó siendo empate a 113-113, 113-113 y 113-113,
El japonés Higa se quedó a las puertas de la gloria tras su tercer intento y tras la pelea afirmó que colgaría los guantes.