FLOYD SE CONFIRMA COMO EL MEJOR DEL MOMENTO, PERO LE FALTA IR A UNA GUERRA
Por Eduardo Lamazón
Floyd Mayweather Jr. tiene 17 años como boxeador, casi 15 como campeón, son todas victorias sus 44 peleas y a pesar de eso le falta algo para confirmar que ocupará un nicho inamovible en la inmortalidad. Como en esta pelea que le ganó a Robert Guerrero, sin correr riesgos, en la mayoría de las que forman su historial ha transcurrido su andar sin zozobras. Le faltan guerras sobre el ring. Me recuerda a esos generales que en ocasiones vemos llenos de condecoraciones pese a que no han participado en batallas que las justifiquen. Ópticamente Floyd es irreprochable, un cirujano aséptico para operar; no camina, vuela, sobre la lona del ring y nos ilumina el rostro con su límpido andar. Lo vemos y nos preguntamos ¿cómo puede tanto con tanta facilidad?
Su vida de boxeador, sin embargo, ha sido muelle, en un oficio que suele ser todo lo contrario para sus protagonistas. Por mi parte, le reconozco todo, pero me falta saber cómo este peleador fantástico saldría librado de problemas que todos sus iguales confrontaron, pero él no. No le han pegado con dureza. Hay que escarbar con dedicación para hallar unos pocos momentos aciagos en su pasado, aquel segundo round con Shane Mosley, que más que grave fue una anécdota de la que se repuso en segundos, y la primera pelea con José Luis Castillo, hace más de once años, que llevará a la tumba –esa sí– como el recuerdo de la que perdió y le regalaron.
Desde hace muchos años la única pelea de altísimo riesgo que ha tenido fue con Oscar de la Hoya. ¿Sabe usted cuánto tiempo ha pasado?
Hubo abucheos a mitad de la pelea del sábado, de un público cansado de mucha parafernalia y poca acción, motivada por el paupérrimo desempeño de Robert Guerrero, tan lejano de ser el que prometió. Hace mucho aprendimos los que andamos en los pasillos del boxeo, que lo primero para pensar en una pelea es desoír las declaraciones previas de los contendientes.
Durante años se publicó en Colombia una revista de boxeo que tenía como lema incorporado a su editorial la frase “Ganar sin lucha es triunfar sin gloria”. La cito porque la recuerdo, pero no se la adjudicaría yo a Floyd Mayweather Jr., porque sería injusto, aunque sí le reprocharía a Robert Guerrero que tras tantas bravuconadas previas hizo tan poco en la lid que es donde se ven los que valen. La verdad es que Guerrero no pudo, era un bochito metido a una carrera de Fórmula 1.
Yo siempre digo que en el boxeo están los boxeadores comunes “que pelean acá”, y espero que el lector entienda que aludo a los que desarrollan su accionar entre el pecho y la mayor distancia que alcanzan sus brazos. Digamos que su campo de batalla es de dos metros cuadrados; y están los otros, con una brutal capacidad de desplazamiento, a los que el ring les queda chico, los fantasmas, los que son hábiles para aparecer y desaparecer. Ese es Mayweather. Viene desde no sabemos dónde, llega a horadar, a perforar, a penetrar la guardia enemiga y mete tanto los brazos que si el rival estuviera apoyado a una pared, lo desharía. Después se va.
El mayor desafío en el analizar a Mayweather es situarlo en la historia del boxeo y no cometer un error. A su favor lo que sabemos, lo que está dicho, su baile estético inagotable, su pericia para eludir lo que intenta atacarlo, su admirable escapismo a la manera de un moderno Houdini capaz de salir de laberintos indescifrables. En su contra, por sobre todas las cosas, su locura para negociar que hizo imposible la pelea con Manny Pacquiao cuando era tan necesaria para el boxeo como el agua para un sediento.
Yo no dudo de que Floyd hubiera hecho un papel dignísimo contra los mejores welter de la historia: Ray Robinson, Barney Ross, Henry Armstrong, Jimmy McLarnin, Kid Gavilan o Ray Leonard. Pero no sé a cuántos o si a alguno le hubiera ganado. Simplemente no lo sé, y apuesto a que es muy difícil adivinarlo. El día que Roberto Durán derrotó a Sugar Ray Leonard, con legitimidad total, nadie pensó ni imaginó que podría hacerlo. Por eso en el boxeo hablar de lo que no sucedió sólo puede ser un divertimento, en el que nadie puede defender hasta las últimas consecuencias que una cosa hubiera sido de una u otra manera.
Por otra parte, desde Zab Judah, año 2006, y han pasado siete, Floyd Mayweather Jr. ha hecho nueve peleas. Henry Armstrong sólo en 1939 hizo 12 peleas, todas de campeonato mundial.
Como pueden ver, me resulta admirable Floyd Mayweather Jr., aunque espero que antes de irse de la actividad, cosa irremediablemente cercana, se faje con alguien de su nivel –Robert Guerrero no lo es—para que se fortalezca en lo único que flaquea.
Todos los grandes tuvieron sus guerras y él tiene derecho a tenerla. Además de derecho es obligación. Para ser un general de merecidas condecoraciones.
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Me encanta este Señor.
