¡De pie, despidmos a un guerrero!
Publicado: Sab Ago 25, 2012 5:25 am
De pie, hay que despedir a un guerrero.
Norman Castillo
Cuando lo llegué a conocer personalmente, ya estaba prostrado en una cama en un pequeño cuarto de una humilde vivienda; lucía demacrado, su cuerpo estaba encorvado y sus manos retorcidas, consecuencia del derrame cerebral que le dejó paralizado por completo. Le apodaban “Timón”, un muchacho de apenas 26 años, que desde los 13 se aventuró a querer encontrar en el boxeo, la fórmula para sobrevivir en esta jungla de la que todos somos parte, pero que, desafortunadamente, se topó con lo contrario.
Tres años atrás, el nombre de Alejandro Martínez sólo tuvo cierto significado en el concierto deportivo, por haber sido víctima de un derrame cerebral que le produjo el severo castigo al que le sometió otro obrero del ring, el mexicano Alberto “Topo” Rosas en una pelea de boxeo en México, país al que Alejandro había adoptado como segunda casa en busca de mejores horizontes para su carrera.
Fui al lugar, atendiendo, como muchas otras personas, al desesperado llamado de Don Gilbert, padre de Alejandro, quien, megáfono y cartas en mano, se cansó de gastar calzado tocando puertas en las televisoras y en instancias gubernamentales en busca de ayuda para costear los tratamientos y poder darle, al menos, calidad de vida a su vástago. “Hemos intentado con fisioterapia, equinoterapia e hidroterapia, en fin, todas las alternativas posibles, sin resultados positivos, pero como guerrero que es, lucha por su vida, agradecemos todas las oraciones” dijo Don Gilbert ese día visiblemente afectado, estrangulado por la preocupación y espoleado por la desesperación.
Es algo difícil de explicar el sentimiento que te embarga cuando tienes frente a tus narices una situación como esa; sobre todo, cuando escuchas hablar a Don Gilbert explicando que después del pago inicial y un abono quince días después en el centro médico, Alejandro fue abandonado a su suerte por su promotora; y, con lágrimas en sus ojos lamenta el hecho de que quizá con mayor premura, la desgracia pudo haberse evitado. El hecho de no encontrar neurocirujanos disponibles en Nayarit les obligó a someter a Alejandro a un tormentoso trayecto de 10 horas de viaje terrestre hasta llegar a Guadalajara para que el hematoma en su cerebro pudiera ser drenado.
Ya para el momento en que fue tratado en Guadalajara, el hematoma que le fue detectado posterior a la pelea en Nayarit, había provocado daño irreversible en su cerebro y, como consecuencia, un estado vegetativo. Seis meses estuvo Alejandro en un hospital mexicano, pero había que pagar su hospitalización y tratamiento, cosa que, obviamente, la familia de Alejandro no podía costear. Sin soporte económico ni respaldo para hacerle frente a la situación, Don Gilbert decidió pedir ayuda al gobierno costarricense para trasladarlo a su país natal donde fue atendido en un hospital estatal. Después de un mes de estar internado, fue llevado a su casa donde era atendido por sus familiares.
El día que le vi, le sujeté la mano derecha fuertemente, traté de darle aliento, le expresé mi admiración por el hecho de practicar este deporte, porque una persona que se atreve a ser boxeador, le dije, es porque tiene agallas. Deporte brusco y hasta cruel, que, en situaciones como esa, justifica la incomprensión que muchas personas tienen en el boxeo como deporte.
Cuando le vi a los ojos ese día, llegué a pensar que nunca moriría, que la infinita resistencia que había mostrado lo haría un sobreviviente eterno; sin embargo, el pasado18 de agosto, “Timón” Martínez finalmente perdió la batalla con la muerte en un hospital de su ciudad natal, al que ingresó días antes atacado por una neumonía que lo agredió tan perversamente, hasta que logró tumbarlo para obligarlo a escuchar su último campanazo.
Hoy, sabemos que Alejandro Martínez era un boxeador costarricense, de 26 años, con record de 15-1 y un empate, sabemos de su familia, qué le gustaba, su número de identificación, cuáles eran sus sueños y necesidades, en fin, todo. Obviamente, no en la esfera de notoriedad que él lo hubiese querido. Hombre de ilusiones rotas, bolsas vacías y soledad agobiante, que luchó por mantenerse en pie en una fragorosa batalla por su vida y terminó tumbado para no levantarse jamás.
Así que, ¡de pie por favor!, hay que despedir a un guerrero.
Norman Castillo
Cuando lo llegué a conocer personalmente, ya estaba prostrado en una cama en un pequeño cuarto de una humilde vivienda; lucía demacrado, su cuerpo estaba encorvado y sus manos retorcidas, consecuencia del derrame cerebral que le dejó paralizado por completo. Le apodaban “Timón”, un muchacho de apenas 26 años, que desde los 13 se aventuró a querer encontrar en el boxeo, la fórmula para sobrevivir en esta jungla de la que todos somos parte, pero que, desafortunadamente, se topó con lo contrario.
Tres años atrás, el nombre de Alejandro Martínez sólo tuvo cierto significado en el concierto deportivo, por haber sido víctima de un derrame cerebral que le produjo el severo castigo al que le sometió otro obrero del ring, el mexicano Alberto “Topo” Rosas en una pelea de boxeo en México, país al que Alejandro había adoptado como segunda casa en busca de mejores horizontes para su carrera.
Fui al lugar, atendiendo, como muchas otras personas, al desesperado llamado de Don Gilbert, padre de Alejandro, quien, megáfono y cartas en mano, se cansó de gastar calzado tocando puertas en las televisoras y en instancias gubernamentales en busca de ayuda para costear los tratamientos y poder darle, al menos, calidad de vida a su vástago. “Hemos intentado con fisioterapia, equinoterapia e hidroterapia, en fin, todas las alternativas posibles, sin resultados positivos, pero como guerrero que es, lucha por su vida, agradecemos todas las oraciones” dijo Don Gilbert ese día visiblemente afectado, estrangulado por la preocupación y espoleado por la desesperación.
Es algo difícil de explicar el sentimiento que te embarga cuando tienes frente a tus narices una situación como esa; sobre todo, cuando escuchas hablar a Don Gilbert explicando que después del pago inicial y un abono quince días después en el centro médico, Alejandro fue abandonado a su suerte por su promotora; y, con lágrimas en sus ojos lamenta el hecho de que quizá con mayor premura, la desgracia pudo haberse evitado. El hecho de no encontrar neurocirujanos disponibles en Nayarit les obligó a someter a Alejandro a un tormentoso trayecto de 10 horas de viaje terrestre hasta llegar a Guadalajara para que el hematoma en su cerebro pudiera ser drenado.
Ya para el momento en que fue tratado en Guadalajara, el hematoma que le fue detectado posterior a la pelea en Nayarit, había provocado daño irreversible en su cerebro y, como consecuencia, un estado vegetativo. Seis meses estuvo Alejandro en un hospital mexicano, pero había que pagar su hospitalización y tratamiento, cosa que, obviamente, la familia de Alejandro no podía costear. Sin soporte económico ni respaldo para hacerle frente a la situación, Don Gilbert decidió pedir ayuda al gobierno costarricense para trasladarlo a su país natal donde fue atendido en un hospital estatal. Después de un mes de estar internado, fue llevado a su casa donde era atendido por sus familiares.
El día que le vi, le sujeté la mano derecha fuertemente, traté de darle aliento, le expresé mi admiración por el hecho de practicar este deporte, porque una persona que se atreve a ser boxeador, le dije, es porque tiene agallas. Deporte brusco y hasta cruel, que, en situaciones como esa, justifica la incomprensión que muchas personas tienen en el boxeo como deporte.
Cuando le vi a los ojos ese día, llegué a pensar que nunca moriría, que la infinita resistencia que había mostrado lo haría un sobreviviente eterno; sin embargo, el pasado18 de agosto, “Timón” Martínez finalmente perdió la batalla con la muerte en un hospital de su ciudad natal, al que ingresó días antes atacado por una neumonía que lo agredió tan perversamente, hasta que logró tumbarlo para obligarlo a escuchar su último campanazo.
Hoy, sabemos que Alejandro Martínez era un boxeador costarricense, de 26 años, con record de 15-1 y un empate, sabemos de su familia, qué le gustaba, su número de identificación, cuáles eran sus sueños y necesidades, en fin, todo. Obviamente, no en la esfera de notoriedad que él lo hubiese querido. Hombre de ilusiones rotas, bolsas vacías y soledad agobiante, que luchó por mantenerse en pie en una fragorosa batalla por su vida y terminó tumbado para no levantarse jamás.
Así que, ¡de pie por favor!, hay que despedir a un guerrero.